jueves, 28 de agosto de 2008

Curioso Jorgito

Racewalking


-¿Por qué no corren?
-Es marcha atlética señor
-Pero...están caminando.
-Las reglas son muy estrictas señor, cometerían infracción si no mantuvieran en todo momento contacto con el suelo.
-¿Por qué nos ponen a ver esto? Yo quería ver el baseball.
-Lo siento señor, no es deporte olímpico.
-Están caminando...y lento...y...y parecen cansados y...no pasa nada.
-Señor, están caminando hace 50 km es lógico que estén cansados.
-(Bufido)
-¡Señor! ¡No les tire pochoclos!
-Los tiro al aire, si le pegan a alguien no es mi culpa.
-¡Señor no haga eso!
-El aire es gratis, el aire es gratis.
-Si nos vamos ahora no va a saber quien gana.
-Que importa...seguro es chino.

qué onda, güey?

No sé por qué, hace un rato, desde el país del norte que, como este del sur, no es gran cosa, me llegó, de parte de una tal Aidee García, bajo el título "Despido de empleados", el siguiente mail:

Nota: si alguien quiere responderlo, lo puede hacer a garica.aidee@gmail.com



Única Presentación Nacional!
Cómo Despedir Empleados en el Marco de la Ley
México DF, 4 de Septiembre

Despedir a una persona es un delicado proceso invadido de “bombas” legales. No importa que tan preparado se sienta o que tan acertada sea su decisión, no hacerlo de la manera correcta lo pone en riesgo de una demanda. ¡¡Ningún Gerente debe comenzar el proceso sin antes asistir a este seminario!!
Le presentamos directamente los hechos que necesita saber para manejar con confianza esta difícil situación. Usted aprenderá a preparar cada caso incluyendo la documentación necesaria y las mejores estrategias para discutir el despido, sabrá cómo protegerse a sí mismo – y a su compañía – y sobre todo; aprenderá a eliminar el miedo y la frustración del proceso de despido.
Pero usted es humano… y es muy difícil ser el portador de la mala noticia que alguien va a perder su trabajo, peor aún si se trata de algún amigo o familiar, la manera como maneje el despido es ¡sumamente importante!
¡Es un Hecho!
Hasta los Gerentes con el mejor plan corren el riesgo de cometer errores y no importa si se cometen con buena o mala intención, esto puede derivar en una costosa demanda para usted y su compañía y en una situación de pánico – hasta los Gerentes y Supervisores más experimentados pueden meterse en graves problemas… ¿Por qué arriesgarse?
Este seminario le ofrece:
Las estrategias que tanto usted como su compañía necesitan para sobrevivir legalmente a los despidos.
Terminar con el miedo y la frustración que acompaña el despido de un trabajador.
Asegurarse que todo despido realizado sea 100% bajo el marco legal.
Evitar los riesgos de las demandas por despedir a alguien de manera incorrecta.
¡¡SOLICITE UN FOLLETO GRATUITO CON LA INFORMACIÓN COMPLETA!!
+Responda este correo con Asunto /Despedir Empleados/ y los siguientes datos:.Nombre:.Puesto:.Empresa:.Ciudad:.Teléfono:.Extensión:
o bien, llame sin costo al: 01.800 250.10.20

La Persuasion

En una nueva y atrasada entrega, los cuadernos gran jefe siguen un camino que nunca debería haberse detenido.

-------------------------------------------------------------------------------------------------

El mayor poder en la historia humana sin duda es la persuasión. Persuadir no es lograr doblegar la voluntad ajena, sino que no exista diferencia con la propia. Persuadir es paz y control. La persuasión homogeniza al hombre evitando la multiplicación que su reproducción ha convertido en geométrica. Siendo fragmentos uní trinos, la persuasión nos devuelve a nuestra herencia primogénita, hasta los orígenes mismos del mundo cuando solo éramos uno. Por lo tanto la absorción es la versión mas acabada de nuestro mundo feliz.

Para esto existen los jefes. Y como dirá Debray el jefe sirve para evitar lo peor. “Y ¿qué es lo peor para un grupo humano? La desunión, el desmembramiento, la disolución. El jefe existe para lograr la unidad. Sea donde sea -en un equipo de fútbol, una empresa o un país-, el jefe es el que mantiene la cohesión o produce la unidad en el seno de una multitud”, de ahí su raíz religiosa como unidad armónica, vertebrando con la palabra del rey pastor un poder que anida en la imaginación humana.

En el jefe condensan personalidad y coyuntura histórica en simbiosis especial, agrupando, consolidando, urdiendo una maquina de reflejos y respuestas, por eso como sigue Debray “la guerra es el grupo en fusión. Es la efervescencia, la fiesta de la identidad; es una contracción, pero también una extraordinaria producción de altruismo, un gran derroche libidinal, como diría Freud, donde todos aman al jefe, se identifican con él, y están dispuestos a sacrificarse por él”. No permite fisuras. Por eso el intelectual no puede ser un jefe, es por definición un conjunto de contradicciones que ni siquiera pueden convivir en el. Girondo respondió a esto con un poema, mandando a todas sus personalidades a la mierda. Es evidente que el poeta es el peor de los jefes y quizás el mejor de los seres humanos. El poeta grita furibundo libertad en el clivaje que tiene al control como receta para la estabilidad; y pide revolución. Pero el ideal revolucionario, como sigue Debray, “es la eficacia de la acción. Eso reclama una organización, con un partido, una vanguardia, un ejército y, en consecuencia, un jefe. Entonces “la revolución se hace para dejar de tener jefes y se termina con un superjefe”, y una cola de burgueses que empiezan a patalear de nuevo.

La historia humana es ruptura y continuidad. Como decía Lezama Lima todo es producto de una revolución. Ese transito y transmutación constante que es el tiempo en la tierra, no es el mayor problema de la metafísica sino la convivencia entre jefes y poetas.

-------------------------------------------------------------------------------------------------
Comisión Investigadora, entre churros y cerveza.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Spam, Spank o Yammm?

Gente, no puedo dejar de postear este "menú afrodisíaco" que recibí por mail. Les juro que me cambió el humor, como si hubiese tenido sexo en este preciso instante (de una manera bizarra, cumple su función).
Saludos y bon apetit!!!

Menú Desnudando el Corazón
“Descubrí los condimentos y hierbas en estas pócimas mágicas que desde épocas antiguas se conocían como poderosos afrodisíacos”

Plato Principal Conjuro de Aromas desde el Tallo a la Flor sobre Colchón Ardiente

Samosas Vegetarianas con Chatni de tomates y /o rol de carne especiado sobre crujiente colchón de hojas verdes, brotes de alfafa, fenogreco y mostaza con una suave brisa de menta y albahaca.

Postre Extasis de Frutas Prohibidas sobre Espuma Helada
La combinación manzanas, frutillas, bananas cocidas y perfumadas en el clavo de olor, canela, jengibre y menta sobre helado.

Bebedizos De Amor
Déjame que te Quiera: Limonada con jengibre y menta
No te Arrepentirás : Tamarindo con Comino

La fidelidad y la ferocidad

"¿Qué quiere decir objetividad? ¿Ser objetivo es ser remoto? Eso significa ser parte de la derecha. Y yo no entiendo cómo un ser humano con alguna comprensión de la historia, del pasado y sus luchas, puede alinearse con la derecha. Lo hacen, eso ya lo sé y realmente no lo entiendo."

"La lucha dentro de la profesión [la historia] es importante pero no deberíamos hacernos ilusiones. No vamos a ganarla. No, en realidad, porque estamos viviendo en una sociedad burguesa controlada por la burguesía y la historia es muy importante para ella. La enseñanza de la historia es decisiva ideológicamente y la clase dirigente no va a rendirse en ese campo, así de simple. Por lo tanto, hay que luchar con todas las fuerzas, todo el tiempo, con todo. Sin ilusiones."

"... uno no se pasa discutiendo si George Washington tenía dentadura postiza, lo que tiene que hacer es examinar la actitud de George Washington hacia la esclavitud y hacia sus propios esclavos. Se puede escribir con aprecio sobre la Declaración de la Independencia y al mismo tiempo notar sus limitaciones inherentes y el hecho de que su autor principal sea un poseedor de esclavos. Y un poseedor de esclavos muy podrido; es decir, uno que castigaba ferozmente a sus esclavos si se rebelaban contra él. Lo mismo hacía Washington y Washington los vendía y conseguía a cambio una bolsa de tomates o alguna otra cosa de ese tipo. Ambos hechos de ese tipo tienen que aparecer en el trabajo. La fidelidad y la ferocidad. Ambas. La fidelidad y la ferocidad. Sin ilusiones. Tal vez le cueste a uno su 'carrera', para llamarla de alguna forma, pero es la única forma de vivir."

Herbert Aptheker, entrevista realizada por Robin D. Kelley a pedido del Journal of American History. Trad. por Márgara Averbach.

lunes, 25 de agosto de 2008

Lizzy

El octavo cigarrillo, tal vez el noveno. Y si el cenicero estuviera vivo, ahora de seguro moriría de asfixia. Una novela en la mesa, una que le gustaba tanto a ella como a Emilio. Esa que había sido leída en otros tiempos con tantas ganas hoy sólo servía para tapar la expresión nerviosa de Lizzy. Aún así, el pobre libro pasa a ser abandonado porque Lizzy divide su atención en los dos hombres mayores de la otra mesa y en apagar el cigarrillo con más violencia que el anterior y mucho menos violencia que el próximo.
-Qué rico el olorcito del café, ¿no? – dijo uno de ellos.
-La verdad. Hasta me darían ganas de pedir otro.
-Sí, podemos olvidarnos un día de que somos jubilados y tomar más de un café.
-No es sólo la plata Omar, también es la acidez. Hay que cuidar los dos agujeros: el del estómago y el del bolsillo.
Ríen. Y la risa de ellos obliga a Lizzy a prender otro cigarrillo. Una vez que le da la primera pitada, piensa: así va a terminar Emilio, viejo, acompañado de otro amigo soltero y con nada más interesante para decir que elogiar el olorcito del café. El agua que sale de la máquina produce un sonido que tienta a Lizzy a pedir una segunda ronda. Yo también tengo ganas de otro café. Seguro que si lo pido, estos viejos aprovechan que viene la camarera y lo van a pedir también. Bueno, que lo pidan, que se jodan, que se les haga un agujero en el estómago. Después voy a pedir otro y otro más. Así cuando a estos dos les agarre acidez, no les va a alcanzar la plata para los remedios. Se lo merecen, por ser como Emilio.
Llama a la camarera y le pide un café negro con edulcorante. Los señores de la mesa contigua, en efecto, aprovechan.
-Omar, yo voy a ser valiente. Un doble cortado, señorita. Y traigame también una medialuna.
-Discúlpelo, este no tiene arreglo. Ve una chica linda y descuida su salud. Para mí una lágrima.
La camarera sonríe y va hacia el mostrador. Lizzy piensa que el segundo viejo debe ser todavía más cínico que el primero. Este cuida su salud, claro, y además ridiculiza a su amigo. Pide una lágrima. Vaya uno a saber cuanto hizo llorar a las mujeres y ahora pide una lágrima. ¿Cuántas más querrá? La mesera vuelve y apoya el pocillo en la mesa de Lizzy.
-Café negro, con edulcorante.
-Muchas gracias – dice Lizzy, mientras le da otra pitada al cigarrillo.
-¿Traigo otro cenicero?
Lo mira, ve que rebalsa y contesta:
-Sí, por favor.
Lizzy prueba el café mientras observa la trayectoria de la moza desde el mostrador a la mesa contigua. Con una sonrisa, entrega el pedido a los ancianos y vuelve al mostrador. Lizzy se quema con la colilla del cigarrillo, que se consume entre sus dedos. La puta, me quemé. Tu culpa, Emilio. ¿Por qué me persigue tu parte más odiosa? Anteayer, en el banco: un tipo que deja la cola, porque hacer una cola es demasiado, total los trámites se pueden ir a la mierda ¿no? Ayer, en el videoclub: un pibe que alquila el mismo estilo de películas y además compra un paquete de pochoclo, otro de papas fritas y un chocolate, para cenar, claro, comer algo decente no importa. Y hoy, tu futuro: viejo, patético y sin una mujer que te acompañe, total con un amigo siempre uno la pasa mejor…
-El médico me recomendó comer banana porque tiene potasio, es buena para los calambres.
Un amigo antes que una mujer, para hablar del potasio de la banana…
-¿Banana? Podría ser, pero yo prefiero la mandarina.
-Si comprás mandarinas, que no te vendan la dancy. Esa es más grande y más ácida.
-Pero Omar, en eso ya estoy canchero. Amalia, la verdulera, sabe que a mí no me embauca con la dancy.
Un amigo antes que una mujer, para hablar de mandarinas…
-Pepe, se hace tarde, mejor volvamos, así podemos viajar sentados. Vos viste, hoy día nadie te cede el asiento….
Como si lo merecieran, toda una vida sentados viendo cómo pasaban los años. Seguro desperdiciaron muchísimas oportunidades, y ahora quieren sentarse en el colectivo…
-Tenés razón Omar. Señorita, la cuenta.
Lizzy, lejos de estar aliviada, ve como los ancianos se van. Uno ayuda al otro a incorporarse y después de cruzar la puerta, se alejan con pasos lentos. Con tristeza, enciende otro cigarrillo y piensa en él. Emilio, si supieras cuánto me hiciste sufrir, y lo peor de todo es que tenías razón cuando dijiste: yo no hice nada. Nada. ¿Para qué ibas a mover un dedo? No valía la pena, era yo, sólo yo, Lizzy, la que siempre quiso ser tu Lizzy.
La mano comienza a temblar, las cenizas, por accidente, caen sobre la mesa. Los ojos reprimen el llanto, los dientes apretados, el clima refresca y la soledad no acompaña.
¿Para qué ibas a hacerte cargo de tu desinterés? Si las personas que no se hacen cargo son las que nunca se interesan por nada. Emilio, cómo quisiera castigarte. O mejor dicho, cómo me hubiera gustado librarte de tu propio castigo. Apaga el cigarrillo sin terminarlo y por el frío frota las manos contra los brazos. Te veo así, viejo y sólo. Con la compañía de un amigo tan viejo y tan sólo como vos. Pero lo mejor va a ser cuando te mueras así: viejo y solo.
Lizzy toma su abrigo y llama a la moza para pagar la cuenta. Con movimientos nerviosos logra sacar el billete del monedero.
-Perdón, pero… ¿estás bien?
-Sí… muchas gracias – dice Lizzy en voz baja.
Antes de irse, Lizzy deja una exagerada propina a la moza. Después comienza a caminar. El frío lucha contra el abrigo y la bufanda pero al fin gana la batalla y Lizzy lo siente en sus huesos. Durante el trayecto piensa en por qué ella sufre tanto con el castigo de Emilio. Hasta en eso es egoísta. Emilio moriría de viejo y en soledad, pero ella también está sola y sola se siente. Camina y piensa. Voy a morir joven, y aunque mi vida pase sin pena ni gloria, va a ser más digna que la tuya, Emilio. Un semáforo detiene su andar y acelera las ideas. Va a ser más digna porque hay algo que tranquiliza mi conciencia. Luz verde. Al menos yo, a diferencia de vos, pude sentir amor.

viernes, 22 de agosto de 2008

A perfect day

Viernes, casi 11 de la matina. El trabajo, un embole a más no poder. Deseo persistente: estar en un bar, mesita en la calle, tomando birrita y mirar mujeres pasar.

viernes, 15 de agosto de 2008

Carnaval toda la vida

Lo tomé y fui hasta uno de los sillones. En mi recuerdo persiste la idea de no haber pasado más allá de la primera página. Para Virgilio, ese libro, o el hecho en sí, jamás existió. Al menos eso fue lo que me dijo cuando, luego de despertarme, le consulté sobre el libro y sobre el propio Felipao. El negó todo: nunca tuve un libro en la mano y nunca, él, había oído nombrar a un escritor con ese nombre, Felipao. Miré hacia donde estaba el frigorífico, decidí no insistir y anoté en mi mente tener un espacio así en mi casa, algo que impusiera el respeto y el silencio necesarios para que la gente se moderase por sí sola. A los minutos apareció Pascula y me dijo que había tenido sueños extraños, con panteras azules, que estaban en un salón y que sólo se movían cuando Azucena las pateaba. En ese momento me puse a pensar tanto en Azucena como en el Ruso y en nuestro trabajo. También, en qué harían con todos los cazadores de perros una vez que llegaran a la certeza de que en todo Buenos Aires no quedaba ni un perro más. Virgilio debió haber notado que pensaba en algo, porque me dio un golpe en la nuca y dijo que dejara los recuerdos para el día de mi muerte. Pascula, apoyado en el ventanal, decía una obviedad: ya es de noche, Mandre; che, Virgote, a dónde nos vas a llevar. Virgilio no dijo nada, fue hasta su cuarto y al rato volvió abrigado por una campera de cuero negra y con otras dos iguales en las manos.
–Tomen, son para ustedes. Por acá las noches suelen ser frías y vinieron bastante desabrigados.
Nos pusimos las camperas y salimos del departamento de Virgilio. Nos faltaban los lentes oscuros, bigotes y jeans para completar parte de una historia que nos era ajena. En la calle pudimos comprobar el frío y también la ausencia de gente, o de monstruitos. Levanté el cuello de la campera, coloqué las manos en los bolsillos y empecé a jugar con el aire: inhalaba siempre de la misma manera, pero exhalaba de distintos modos, a veces con suspiros entrecortados y rápidos, otras más largos y espaciados, y no faltaba la lenta y casi interminable exhalación que dibujaba una estela de vapor delante de mí. De la nada, el viento de a poco comenzó a tomar fuerza, hasta que llegó un momento en que se nos dificultaba caminar. Había dejado de jugar con el aire y sólo me preocupaba en seguir a Virgilio. Todos caminábamos en silencio, Pascula con la cabeza gacha, yo mirando a Virgilio y Virgilio con la vista al frente y una sonrisa en la cara. Llegó un punto en que moverse era casi imposible; Virigilio se detuvo, yo hice lo mismo pero a Pascula debimos tomarlo de un brazo para que dejara de caminar. Sin decir nada, Virgilio nos sujetó de los hombros y, entre gritos, nos dijo que hiciéramos lo mismo. Luego unimos las cabezas, con la vista hacia el suelo, y nos agachamos. Así, los tres, formamos una especie de triángulo en busca de la protección contra el viento. O al menos eso creí en un principio. Cada vez con mayor fuerza, el viento nos atosigaba y, cada vez con mayor fuerza, Virgilio nos gritaba diferentes indicaciones hasta que logramos conseguir lo que deseaba: bien sujetados uno al otro, el costado izquierdo de Virgilio y el derecho de Pascula sobre el piso y yo sobre ellos, las cabezas juntas y las piernas contraídas, pensé que esperábamos que el viento aplacara. Sucedió lo contario; el viento se hizo cada vez más intenso, hasta que, en esa forma de rueda humana, comenzamos a girar por la calle. Girábamos y girábamos, y Pascula lloraba, Virgilio sonreía y yo aguardaba a que todo terminase, el viento, la calle, las vueltas, algo, lo que sea, que de una buena vez pusiera fin a los golpes que nos dábamos por todas partes. Virigilio, no sé cómo, siempre procuraba tomarnos de la cabeza para respetar la figura y que, en especial, no se nos lastimara al dar contra el suelo. Al fin el viento comenzó a detenerse hasta que ya no tuvo la fuerza suficiente para movernos. No debimos haber dado vueltas ni siquiera durante un minuto, pero ese escaso tiempo bastó para salirse de cualquier medida y crear un mundo aparte, inagotable y pavoroso. Yo quedé debajo de ambos y aprecié tanto el llanto de Pascula y la suplica para que todo concluyera así como la sonrisa cada vez más estruendosa de Virgilio, que, antes de levantarse, me dio un beso en la boca y después comenzó a saltar. Intenté quitarme a Pascula de encima pero al resultarme muy difícil por la fuerza con la que me sujetaba, tuve que tomarlo de los pelos, mirarlo a la cara y golpearlo un par de veces para que volviera en sí. Al fin logró tranquilizarse, se levantó, yo lo hice después y pudimos ver los saltos y gritos que daba Virgilio.
–Genial, genial, la mejor de todas –decía dando saltos de un lado a otro.
–Me arrepiento de todo lo que dije, Mandrake, nada me gustaría más en el mundo que regresar a Buenos Aires –dijo Pascula mientras se limpiaba la tierra y las lágrimas.
Me dolían los hombros, los brazos y tenía unas ganas increíbles de cagar a trompadas al tipo ese que no dejaba de saltar. Pero así como el viento, Virgilio también logró serenarse y se acercó a nosotros. Nos abrazó, nos agradeció no sé qué experiencia y nos dijo que incluso el Pampero era más fascinante en este lugar. Después agregó que todas las noches ocurría lo mismo, y cuando el viento por fin terminaba, empezaba una fiesta inigualable. Nos tomó de los hombros, miró hacia el cielo, hicimos lo mismo y luego dijo: vean. A la altura de las terrazas de los edificios comenzaba a formarse una nube que en breve pasó a ser una lluvia de papel picado. Al mismo tiempo, gritos, bocinas y explosivos hicieron pedazos al poco ruido con el que habíamos convivido. Montones de monstruitos inundaron las calles y salieron a festejar algo que ignorábamos. Otro día en el planeta Tierra, otro espacio de aventuras, el desconocimiento que tenía de ellos el país vecino, Buenos Aires, en definitiva, cualquier motivo se perfilaba en mi mente como excusa necesaria para explicar y proferir que nada de lo que sucedía delante de mí era una ilusión. Pascula ya había dejado atrás las vueltas sobre la calle, y ahora saltaba junto a un grupo de monstruitos que simulaban algún tipo de danza. Virgilio se reencontró con Blaqui y los dos, tomados de la mano, observaban cómo las cabezas de todos se cubrían de papel picado. Sobre uno de los faroles triangulares que iluminaban el ambiente había un monstruito que revoleaba una bufanda para todos lados y sobre él, algunos volaban en círculos y otros hacían piruetas en el aire: mortales continuadas, flic flacs, verticales. Era la primera vez que veía volar a los monstruitos. Ya cerca de las paredes algunos copulaban y otros, también alejados del centro, se comían entre sí hasta que alguno moría –aunque por lo general, después de unos segundos, también moría el restante y un tercero, que había permanecido al acecho, se acercaba para comer los restos de ambos–. Pero tras varios minutos de festejos, tan imprevisible como cuando comenzó, el papel picado dejó de caer, y, en la misma cadencia que registraba esa caída, el ánimo de los monstruitos se fue atemperando hasta que ya no hubo más papel picado, círculos y piruetas en el aire, orgías y canibalismo contra las paredes, y tampoco danzas en la calle. Virgilio y Blaqui se soltaron las manos, Pascula quedó abandonado y sin entender por qué los que habían saltado y bailado con él ahora se iban como si nada hubiera sucedido, como si nada los hubiese unido durante varios minutos para descomprimir sus identidades. Y mientras tanto, yo me representaba y me explicaba con palabras toda esa situación.
–Linda fiesta. Mañana a la noche se repite y pasado también y el resto de los días que nos quedan. Qué te pareció –dijo Virgilio que se había acercado a mí junto a Blaqui.
–¿Incomprensible? –dije y Virgilio comenzó a sonreír.
–Puede ser, puede ser. Che, Blaqui, anda yendo para Rumplei y decile a Homero que me espere con la chiquita esa que conocimos la otra vez.
Blaqui se alejó por la calle en la que había transcurrido la fiesta hasta que en la primera esquina dobló a la derecha. Pascula se nos acercó y dijo lo de siempre, esto es un flash. Virigilio pareció no demostrarle atención aunque, en el momento en que Pascula giró la cabeza para ver cómo se retiraban los últimos monstruitos, me hizo un gesto que indicaba el cansancio de oír cada dos por tres esa frase. Yo le pregunté qué seguía ahora, y Virgilio me dijo que íbamos hacia un lugar llamado Rumplei; había llegado el momento de tragos, mujeres y juego. Síganme, que la van pasar de puta madre, dijo y luego de esa frase volvíamos a caminar en silencio tras sus pasos. En realidad, volvíamos a ser los mismos desamparados que desde la fuga de Buenos Aires siempre habíamos sido.

martes, 12 de agosto de 2008

Frases a tener en cuenta

Un correntino que vino persiguiendo a la mujer que lo había dejado, finalmente consigue dar con ella, y, sentados en un banco de plaza San Martín, y antes de que el correntino regrese a su provincia, le dice: "Si querés irte, irte, lo que me molesta es tu actitú".

-Tomá, nene, tomá que estás flaco -dijo como si fuese una abuela drogadicta.

-¿Qué sentís después de la pepa?
-Algo raro, como si todo lo que me rodea se me quisiera meter por el culo.

-Usar Windows es como comer en Mc Donalds.

-La literatura es algo que leen los otros. Yo escribo y punto.

-La literatura es una de las cosas menos importantes de la vida.

miércoles, 6 de agosto de 2008

La evasión

Pascula enseguida estuvo de acuerdo, mientras que yo –aunque me moría de sueño–, le pedí permiso a Virgilio para leer alguno de los libros que tenía en la biblioteca. Virgilio dijo que no había ningún problema, que leyera todo lo que quisiera. Después de la comida, Virgilio acompañó a Pascula hasta una habitación y él fue a otra. Yo me acerqué hacia el ventanal y comencé a observar algo de la ciudad. Para ese entonces ya no quedaban rastros de lo que Pascula había llamado duelos, y todo lo que se veía eran algunos monstruitos que caminaban por ahí. Fue en ese momento que reparé en la ausencia de vehículos o cualquier otro medio de transporte que obligase a dividir con cordones las calles y las veredas. Pero cuando vi que un monstruito se acercó a otro, se le subió encima y comenzó a comerle la cabeza, dejé de pensar en las diferencias con Buenos Aires. Comprendí algo que Pascula había comprendido mucho antes que yo, incluso antes de haber llegado a ese territorio: más que la diferencia, lo que ahora estaba en juego era la preocupación por sobrevivir bajo nuevas reglas. De pronto, mientras veía al monstruito devorar la cabeza del otro, también comprendí, luego de un bostezo, que tampoco podía seguir postergando el sueño, y si bien decidí dejar la lectura para más tarde, antes de ir a la habitación me puse a mirar los libros de la biblioteca: había de todo un poco, incluso autores que desconocía, pero abandoné la pesquisa cuando encontré un libro de Felipao que llevaba un título que jamás había escuchado nombrar: La evasión.

martes, 5 de agosto de 2008

De siestitas

Lo sabemos, estamos hechos unos grandes pajeros, pero prometemos volver pronto. Mientras tanto, nos sinceramos un poco más: la inactividad no fue tanto nuestra culpa, sino que todas estas tardes que se sucedieron, todos estos días y estas noches sólo propagaban una única voluntad: hacer siestita.