martes, 18 de diciembre de 2007

Más allá de las fronteras, el final

El taxista hizo una vuelta en U y empezó a recorrer, desde la mano contraria, la 9 de Julio. Pasaron las avenidas Independencia, Belgrano, de Mayo y Rivadavia sin que nadie de los que estaba por allí les prestara atención. Luego vino Rivadavia y después Corrientes, y allí Felipao pudo ver cómo un auto se estrellaba contra un edificio y, rápidamente, un grupo comando de varios soldados se acercaba al auto, disparaba a mansalva para después robar cualquiera de los objetos que pudieran encontrar. Antes de llegar a Córdoba, el taxista disminuyó la velocidad y comenzó a mirar los alrededores. Como era de suponer, no había nadie, porque nadie que tuviera la posibilidad de escapar, regresaba al interior de la ciudad. ¿Está seguro de lo que va a hacer?, dijo Felipao. ¿Seguro?, estar seguro de algo en esta ciudad es un disparate, pero créame cuando le digo que éste es el mejor camino a seguir para llegar al aeropuerto. Cuando el auto dobló por la Avenida, Felipao sólo atesoró en su memoria la certeza de la circularidad imposible, del escape también imposible, del despreciado punto en que se había convertido Buenos Aires, la oscuridad de la que, Felipao ya bien lo sabía, no podría salir. Nunca. No dijo nada; las ruinas por las que transitaban hablaban por sí solas. La chica rubia permanecía en silencio; resignada, miraba la destrucción que también se revelaba sobre la Avenida Córdoba: edificios en ruinas, plazas desoladas, desvastadas, y gente que peregrinaba en busca de la única posibilidad que dejaba la nada. En los dos años que estuvo al poder, el Partido de los Escritores de Buenos Aires había llevado a una anarquía absoluta al reciente país. Cinco años antes de que eso sucediera, el resto de la Argentina ya se había independizado de la ciudad de Buenos Aires. No hubo guerras ni tampoco demasiados debates para llegar a esa decisión. Todo el mundo estaba cansado de los porteños (de sus políticas, de sus gastos, de sus gestos), y los porteños, por su parte, estaban cansados de todo. Las únicas negociaciones fueron para que parte del territorio del conurbano bonaerense se anexara a la Ciudad, y así fue que, después de algunos meses de idas y venidas y desproporciones anatómicas del territorio, los límites del nuevo país (Buenos Aires) quedaron establecidos en la cartografía mundial. Ningún rincón del mundo se había sorprendido por esta decisión; en verdad, a casi nadie le había importado, en especial porque lo sucedido respondía a una consecuencia inevitable de hechos encadenados que no podía más que arribar a esa solución tan instantánea, repetitiva y perfecta: si se había comenzado por colocar rejas alrededor de todas las plazas, haciendo luego lo propio con grupos de edificios, era lógico que al final se terminara por encerrar a toda la ciudad. Los primeros años no pasó demasiado, es más, la ciudad hasta incrementó sus ganancias. Se le abrieron las puertas a todos los negocios (tantos legales como ilegales) y ni siquiera hubo una posibilidad para darle un espacio a la añoranza y al padecimiento. En una hilera de burlas, combinada con disposiciones de matices épicos, la mayor alegría se sostuvo a partir de la seguridad y el control. En los primeros días algunos rememoraban un pasado, una historia, una repetición de alegorías. Pero a los pocos meses, la memoria se había reducido a los ridículos pasos que se daban durante el día y a los inquietantes sueños que se sucedían por las noches. El recuerdo de una historia, guerras, exterminios, torturas, la remembranza de un conjunto de caracteres que definían a toda una población pasó a ser un susurro comprendido por colores de sonrisas fugitivas. Un día alguien no recordó el desplazamiento del límite, al otro día nadie pareció afligido por lo que fue y ya no era, y una semana más tarde no se recordaba ni siquiera en las conversaciones de los bares lo que había más allá de las fronteras. Era olvido premeditado lo que se desplazaba por toda la ciudad y el nuevo país dispersaba sus raíces sobre ese suspiro imaginario. Pensaron en emular a las mejores democracias europeas, las mejores plataformas partidarias, las leyes más perfectas y las políticas más honestas, pero con el tiempo, todos se vieron en la construcción más alucinante que había tenido lugar sobre esa parte de territorio estancado en el planeta: cada habitante, conciente o no, fue partícipe de la cimentación de una fábula; cada hombre y cada mujer, cada niño y cada anciano aportaban una palabra que el hastío en el que había devenido la ciudad (el Estado), captaba, amedrentaba y volvía a escupir bajo un nuevo concepto: el olvido de lo que fue y la imposibilidad de pensar lo que será. En ese presente perfecto se fue construyendo la disonancia que terminó por aproximar al Partido de los Escritores al poder. El primer año fue un tanto desgraciado: el Primer Ministro escribía, rescribía y volvía a escribir, una y otra vez, y, al parecer, tantas veces más según las distintas combinaciones de palabras que se le cruzara por la cabeza, los discursos que pronunciaría en cada lugar donde estaba citado. Por ese motivo, durante todo el primer año no salió nunca de su despacho. Recién saldría por la fuerza, una vez que la policía lo sacase luego de que, en el Parlamento, se hubiese aprobado su destitución. En seguida se nombró otro Primer Ministro, también escritor. Como el anterior se dedicaba a la narrativa, y el nuevo era conocido sin reticencias como el poeta del momento en lengua española, pensaron que con eso solucionarían todo. En efecto, se equivocaron. A los seis meses, el ejército había tomado el control. La población se sublevó sin pensarlo, el Partido de los Escritores pareció despertar y también apoyó la revuelta. Pero al poco tiempo, los que no estaban muertos o presos, se habían decidido por el exilio. Con parte de la población diezmada y algunos edificios destruidos, el nuevo gobierno del nuevo país pensó que no le quedaba más que progresar. Ese fue el plan (el progreso), mecanismos de control dispersos por todos lados, cámaras de seguridad, policías, militares, una eficiencia que, posiblemente, podría haber asegurado el éxito en una ciudad. Pero ese ya no era más el destino de Buenos Aires, y así fue que el nuevo país se vio envuelto en la escasez total, en el hambre más radical que había conocido en toda su historia. Nada para sacar de ningún lado, dinero, comida, nada, tan sólo ruinas, a la izquierda, a la derecha, en el centro, frente a un edificio, al costado de una plaza, incluso hasta los animales parecían haber sido exterminados en Buenos Aires. Ni siquiera quedaban palomas. En verdad, lo fueron; después de la gran matanza, vino el asesinato desmedido de mascotas y, más tarde, hubo señales de antropofagia. Ninguna parte del mundo se atrevió a enviar ayuda, ningún organismo quiso intervenir. Nadie intentó aplacar las calles incendiadas de la ciudad que había devenido en país; tan sólo se facilitó la huida de ciertas personas notables, se mantuvo abierto el aeropuerto, pero sin ningún tipo de control en las rutas que iban hacia allí. Y mientras el taxi transitaba la Avenida Córdoba, en los ojos de la chica rubia la decadencia se fragmentaba en la disyunción de sus pupilas. No había nada que la preocupara más allá de la destrucción misma, y sin atender a la velocidad del auto, ni a las irregularidades de la calle, la chica rubia dijo: lo único que me queda es este cuerpo agotado que se ahoga en la tristeza.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Sobre la armonia de los sentidos

Toda felicidad humana es felicidad biologica.

Esto es estrictamente cientifico. A riesgo de ser mal interpretad, lo dire con mayor claridad: toda felicidad humana es sensoria. Admitamoslo de una vez, diciendo que el espitiru es una condicion del perfecto funcionamiento de las glandulas endocrinas. La felicidad, para mi, es en gran parte cuestion de digestion.

¿Ama alguien espititualmente a una mujer sin amarla fisicamente? Al fin toda mujer se siente mas feliz cuando esta bien vestida. Hay cierta cualidad de elevacion del alma en el lapiz labial, y una calma y buena disposicion espirituales en el conocimiento de estar bien vestida, y de las cuales no tiene asomo de idea un espiritualista.

Por estar hechos de carne mortal, la division que separa a nuestra carne de nuestro espitiru es sumamanete delgada, y el mundo del espiritu, con sus mas finas emociones y su mayor apreciacion de la belleza espiritual, no puede ser alcanzado sino con nuestros sentidos. No hay moralidad o inmoralidad en los sentidos del tacto, el oido y la vista. Es muy probable que nuestra perdida de capacidad para el goce de las alegrias de la vida se deba sobre todo a la disminucion de sensibilidad de nuestros sentidos.

Tengo la sospecha de que la razon por la cual cerramos voluntariamente los ojos a este mundo glorioso, vibrante con su propia sensualidad, es la de que los espiritualistas nos han llevado a temer los sentidos. Un tipo mas noble de filosofia deberia restablecer nuestra confianza en este hermoso organo receptor que tenemos y que llamamos cuerpo.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

9 de Julio

Al entrar a la 9 de Julio recibieron el primer disparo. Siga, dijo Felipao. Ahora es usted el de las órdenes pelotudas, dijo el taxista, obvio que voy a seguir, si no sigo nos matan acá mismo. A los costados de la avenida sólo quedaban las ruinas de los edificios que alguna vez, al principio con admiración y luego con asco, Felipao solía contemplar todas las tardes del primer año en que se refugió en la ciudad, mucho antes de que se declarase la independencia. De los autos sólo quedaban esqueletos calcinados, y de las personas que aún habitaban esa zona, la voluntad para caminar en busca de algo de basura o comida. Deberíamos haber ido hacia el conurbano, ahí está la resistencia, dijo la chica rubia, alguien como vos les aportaría mucho. Alguien como yo sólo aportaría un negro dentro del grupo y la fascinación de todos tus amiguitos literatos, no me rompás las pelotas con boludeces, ¿querés?, bastante que conseguí que nos recibieran a los dos. Es gracioso escucharlo, dijo el taxista, habla como todos los porteños, pero con un acento de puta madre. Es escritor, ¿sabe? ¿Escritor?, dijo el taxista y frenó el auto de golpe. Qué pasa, dijo la chica. Ya sabés, con esa confesión nos embromaste a los dos, tenías mil formas para definirme, pero elegiste la peor, dijo Felipao. Se bajan ya, ustedes arruinaron este país. No voy a discutir eso, sólo puedo decirle que sí, alguna vez fui escritor, pero sólo llegué a vivir acá de pura casualidad, al igual que llegué de casualidad a la literatura, vuelvo a mi país, Brasil, luego de décadas, lo único que pretendo es pasar mis últimos días recordando el gusto de la cocaína que ya no puedo tomar, y viendo cómo mi piel consume todas y cada una de las partículas de los rayos de sol. El taxista, convencido por el argumento, reemprendió la marcha por la 9 de Julio, sólo que ahora imbuido en el silencio. Pasaron la avenida Belgrano, luego Independencia, pero cuando iban a subir a la autopista, se encontraron con que varios autos intentaban descender marcha atrás y sólo una rápida maniobra del taxista los salvó de un choque seguro. Siguieron unas cuadras más hasta que, luego de comprobar que en los alrededores estuviera todo tranquilo, se detuvieron junto al cordón. Tenemos dos opciones, esperar a que nos mate alguno de los ejércitos, o intentar llegar por otro camino, dijo el taxista. Me parece que es la oportunidad para volver, dijo la chica. Volver a dónde, en las valijas que nos robó el portero estaba todo lo nuestro, ahora sólo nos quedan pasaportes, dinero y pasajes; el otro camino va a estar bien.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Smoke on the city

Felipao, ¿lograremos escapar?, ¿debemos escapar? Si querés quedarte, problema tuyo, ya tomé una decisión, y es indeclinable, no sé cuánto tiempo me queda, no creo que mucho, en fin, mucho o poco, lo que importa es que quiero volver a Brasil. Señor, ya le guardé el equipaje, debo decirle que fue todo un placer haberlo servido durante todos estos años, y sin duda voy a extrañar su presencia en el edificio. Gracias. Felipao y una mujer joven y rubia salieron del edificio que quedaba frente a lo que era el Jardín Botánico. De verdad, ¿es necesario irnos, no te preocupa lo que va a pasar con lo que queda de la ciudad? ¿Me preguntás en serio?, me chupa un huevo lo que le pueda suceder a esta ciudad, mirá, incluso terminé hablando como ellos. ¿Adónde vamos?, dijo el taxista mientras comenzaba a recorrer la Avenida Santa Fe. Usted es medio pelotudo, ¿no vio todas las valijas que cargó el portero? ¿Valijas? Sí, val…, y antes de terminar de pronunciar la palabra, Felipao comprendió todo. Miró hacia atrás, no quedaba nada, tampoco había alguien que lo saludara. Sí, al aeropuerto, lo más rápido que pueda. Eso va a estar un poco complicado, todo el mundo va hacia allá. Haga lo que pueda, dijo Felipao, y luego miró a la chica y pensó en decirle “vos también hacé lo que puedas para relajarme”, pero permaneció en silencio y sólo atinó a acariciarla.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Espejo II

Estamos Reinterpretando la Historia


Retomando un poco los sagrados documentos .html de Robespierre, queremos decir que la mayoría de ellos nos parecen obsoletos y dignos de ser escritos por retrasados. Por tal razón no reconocemos ninguno como propio.

Cómo es esto?

Bueno, la cuestión es que pasó Toto, el revisionista, el otro día, por la quinta que tiene robespierre ubicada en Burzaco, en donde se emplazan entre otras cosas un centro de juego clandestino y un lupanar de mujeres todas teñidas de un color que no sea el suyo, teñimos a las coloradas de rubias, a las morochas de coloradas y a las rubias las pelamos. En este centro de juego a su vez son fuertes las apuestas que se hacen a las partidas de ludo, del juego de la vida y el estanciero, son bajas las apuestas al TEG y al burako y no se apuesta al póker por ser contrario a la moral y a las buenas costumbres.

Las apuestas son en lupines y en garbanzos sin hervir. La casa siempre gana.

Pasó Toto y se puso a contarnos todo lo que había leído de nosotros, escuchado de nosotros, lo que nosotros mismos habíamos dicho o escrito hace años. Trajo pruebas fehacientes muy comprometedoras! Documentos indubitables, fotografías de nosotros hace años evangelizando patos!

Pero bien, no nos dispersemos, Robespierre quiere hacer público que no se hace cargo de nada de lo que dice o escribe, y por supuesto, menos aún de lo que dijo o escribió. Nuestro testaferro Tito, a quien tuvimos que insolventar, vendiendo todos sus bienes el lunes último (su fiat duna mellizo en once por seis monedas de chocolate y una cajita de tic tacs, que comimos entre el martes y el jueves; y un horno pizzero sin anafe alguno, valuado en doce mil seiscientos australes que subastamos en subasta pública al mejor postor, quien dio por él doce ovillos de lana persa, que automáticamente donamos al Centro de Gatos Huérfanos de Belville) es el único responsable ante la ley por los dichos o textos que se le quieran adjudicar a Maximilien robespierre asurranceturix o razón social.

En Robespierre no tenemos pensado hacer una autocrítica ni encontrar culpables entre nosotros. Lo que pasó en el pasado seguramente es culpa de otro!


Ahora, 74 segundos de reflexión.








sábado, 1 de diciembre de 2007

Sangre

Cada vez que me interpelabas parecías clavarme los colmillos. Mi piel se resentía y mi corazón también. Los ojos blancos develaban un tiempo muerto y a pesar de que ya me quedaban pocos signos vitales, vos pedías más. Y mientras me debilitaba, no podía evitar preguntarme por qué preferías la sangre antes que el vino.
Después de todo, es el ruido de dos copas lo que podía hacernos inmortales. También el sentido del humor, como dijo un libro que alguna vez leí. Pero vos no podías concebir la inmortalidad para dos. Querías sangre.
Con cada interpelación mis brazos pesaban un poco más y estaban más cerca del suelo. Caía aunque estaba en pie y te odiaba. Creo que todavía te odio. Tampoco estoy segura. Puede que sólo des lástima.
Otra interpelación y las rodillas flojas presagiaban el final. Entonces, como todo aquel que está a punto de morir, recordé. Retazos espasmódicos, dispares, equívocos. Pero siempre con toda mi sangre. Pensé en un silencioso no... no siempre fue así... no debe ser así... no quiero que sea así...
Podías no haberme interpelado y hubieramos ganado los dos. Podías haberte reído un poco y nada hubiese pasado. Podías no haber pensado que la satisfacción radicaba en contar los agujeros que podían llenar el Albert Hall... Podías.
Pero no. No sé como habrá sido tu espasmo. Es posible que en los retazos te hayas puesto plataformas para ser más alto. Y que hayas imaginado a un enano junto a vos contra el centímetro en la pared. Porque nunca podías imaginarte grande sin compararte. Nunca si estabas solo.
Por eso querías sangre. Mis ojos se aclaraban y vos pensabas en elevarte. Entonces te respondí, sin gritos, sin pausas, sin pedirte piedad y sin dártela tampoco...
Y en tu espasmo lo descubriste. La inmortalidad no era para vos.

Utopías y presente

"el futuro cae cuando las utopías se realizan"

Josefina "la china" Ludmer.

La nota completa, acá.