Sábado, dos y media de la tarde. Sale del subte y lo sorprende una ráfaga gélida de aire. Lleva puesto un abrigo, también una bufanda, pero la bufanda se la había desenredado del cuello durante el viaje en subte, y cuando la rafaga de aire lo sorpredía, colgaba de sus hombros. No es un chico tan tonto, y lo primero que hace es volver a enredarse el cuello con la bufanda; el cuerpo es algo frágil, piensa.
Comienza a caminar por Florida con cierta decisión; esa precisión en los pasos da a pensar que en su mente hay un plan delineado, como si supiese qué busca, o como si supiese que, al menos, busca algo. Mira hacia distintos lados; mira pero no ve nada; mira y descubre que sus ojos se pierden en una cartografía desperezada, tiesa, la madera de un ancla.
Sigue por Florida, intenta hacerse lugar entre la gente, y también intenta que eso que busca no se le pierda de vista. Son varias preocupaciones la de este chico, pero eso no parece importar demasiado; camina; nota que siempre hay espacio para eso, caminar, y por eso, él camina.
Llega hasta el final de la calle, ve la plaza San Martín, ve un tipo con un arpa, escucha la música, mira la hora y sabe que aún es temprano, y que lo mejor es retrasar un poco la búsqueda y quedarse a escuchar al tipo del arpa. Lo escucha bastante tiempo, y cuando el tipo termina de tocar, él lo aplaude; aplausos secos. No hay nadie más ahí. El advierte eso y se piensa un arcángel del tipo del arpa, un arcángel desgarrado que monta guardia frente a la belleza del tempo partido por el arpa. El tipo lo mira, sonríe y enseguida vuelve a tocar. El escucha el principio; luego de la billetera saca dos pesos, los deja en la gorra y después se va. Mira la hora creyendo que había pasado demasiado tiempo, o que había pasado el tiempo suficiente como para regresar a la búsqueda, pero el reloj del celular -el no usa reloj de muñeca, siempre le pareció molesto y nunca le gustó tener la certeza del tiempo; por esto ultimo, no le agrada demasiado su celular- le indica lo contrario. Ahí comprende que el tempo y el tiempo transitan por diferentes caminos y que la música, muchas veces, puede quebrar la realidad. Pero ya se alejó del tipo del arpa, otra vez es ser y tiempo, pero lo cierto es que en ese momento él no piensa demasiado en esa existencialidad. El solo camina, como antes, por Florida.
Con sus ojitos vuelve a someterse a la búsqueda. Una estatua, piensa, de negro. Una moneda, luego un sobre y, al fin, el regreso al hogar. Ese es el plan y eso es lo que persiste en su cabeza. Mietras tanto, a su alrededor, una pequeña jungla comienza a desplegar sus cuerpos. Ve turistas llenos de bolsas o llenos de exotismo en sus ojos, ve un par de tipos disfrazados de Chaplin, que reparten propaganda de una casa de vinos. El toma uno de esos papelitos y les dice a los tipos que él adora a Chaplin. Los tipos sólo sonríen y hacen una mueca y luego, imitando el caminar de Chaplin, giran y se van. El sonríe, se da cuenta de que el comentario, inoportuno o no, carece de total relevancia. Quizá porque los tipos también adoran a Chaplin o, quizá -y esto último es lo más probable-, los tipos alguna vez adoraron a Chaplin, pero ahora lo detestan porque no pueden dejar de ser más que una reproducción pop sujeta a las necesidades que implica llegar a fin de mes. No importa demasiado eso. El vuelve a caminar, ya son más de las tres, según su celular, y esta vez piensa que el tiempo ha pasado más rápido. Ahí entonces también piensa que es el mismísimo tiempo el que se encarga de robarnos la inocencia.
Frente a galerías pacifico, tango. Camina hacia allí y comprueba la misce en scene del show. También ve hacia la puerta de la galería, donde todavía permance la estatua de blanco que había visto antes de llegar al tipo del arpa. La ve fumando un cigarrillo y hablando con la mujer que, por como esta vestida, será la que baile en el show de tango. Ambas fuman y a él le vuelven a agarrar unas ganas enormes de hacer lo mismo. Pero no, más allá de que en estos últimos días esas ganas de fumar hayan rergesado con mucha insistencia, quiere continuar en su actitud pasiva. Lleva casi tres meses sin fumar y por lo menos quiere seguir así un tiempo más. No tiene la más pálida idea de para qué, pero bueno, son muchas cosas de las que no tiene la más pálida idea, y así como no se cuestiona, por ejemplo, la vida y la reproducción de la humanidad, tampoco se cuestiona la conducta de no fumar que por el momento despliega. Vuelve a caminar. Los ojos aún buscan a la estatua de negro, un misterio con un nombre, que comenzó hace unos días y que quiere y a la vez no quiere revelar. Ay, lo mío es muy histérico, piensa.
Sus pasos se pierden detrás y delante de otros pasos, y sus ojos se evaden en los dibujos, en algún escaparte, en alguna librería, o van en busca de aquél ruido que atrapó a sus oídos. En esos ruidos hay acordeones de niños balcánicos, niños refugiados, niños consumidos, pequeños restos exóticos devorados por fotos japonesas, fotos europeas, fotos norteamericanas, y también por la indiferencia. Pero él sigue; en todo caso, él también es parte de esa indiferencia. Camina, pasan las cuadras, las vidrieras, los espectáculos. Pasa todo, incluso la búsqueda, porque poco a poco advierte que ese día no dará con lo que busca. Pero las esperanzas aún le insisten, y, más allá de que haga el camino una, dos, tres veces más y nada, de todos modos inicia una cuarta. El mismo resultado que las anteriores, arroja la cuarta. Ya es hora, volvamos a casa, se dice. Entonces camina una vez más por Florida, la última. Sus ojitos aún buscan, pese a la resignación que hay en sus pasos, sus ojitos aún deambulan. Al fin llega a la estación Florida. Subte línea B, lee y recuerda a Luca, a Sumo, y mientras deja atrás el naufragio en Florida, va cantando, inocentemente, "y yo me alejo más del suelo, y yo me alejo más del suelo...". Los que subían por la escalera que él bajaba lo ven como si estuviera loco. A él no le importa. Parece pensar sólo en una cosa: aún persiste el misterio.
3 comentarios:
Me gusta mucho ese tema de Luca, sobre todo cuando dice "con su botella de resero" y no pronuncia la primer "r" como "erre", sino como un inglesito; creo que este país no ha sido lo suficientemente generoso con artistas como él, como charly y como tantos otros; por conveniencias políticas imagina uno. Pero está muy bien que las jirafas le rindan un merecido tributo...
Un brindis, por los que realmente sienten el arte.
Otro brindis por capitanear tu propio destino, aunque eso te conduzca siempre por distintos barcos.
Saludos a Luca; creo que las jirafas deberian juntarse proximamente tributando al Mezcal en cualquier Zoo de los que habitan.
"Arrojo esta piedra sonriendo ante la inutilidad de mi acto". Girondo.
Encontraste? Igual segui buscando y no pierdas las esperanzas.
Muy bueno!!!!
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