Fiesta, sábado a la noche. El "porno star de Villa del Parque" volvió de Europa. Me saludó con un fuerte abrazo y pensé que esa noche era mi noche, a pesar del cansancio de un día aún mejor. Tenía puesto un gorro a lo piluso, cuadrillé, no iba con él, era horrible. Le vi de pronto cara de diferencial. Pero poco importaba el intelecto si el porno star era un porno star. Por más que le faltara la corbata en la cabeza, no me hubiera molestado recibir la otra cabeza con un moño. La fiesta no era tan fiesta, más bien era una reunión. Todos estábamos en el patio, mientras el porno star, junto a unos amigos, miraba un partido de fútbol en el living. De pronto "el porno star de Villa del Parque" fue hacia el patio a buscar un fernet, a sonreirme y a hacerse el lindo. No había ninguna necesidad, por el simple hecho de que ya es lindo de por sí. De pronto junto a él se suma una pendeja. Tenía un sueter de arcoiris. Gorra cuadrillé, sueter de arcoiris, una señal de ajuste de pésimo gusto. Una señal de ajuste que parecía caer encima mío, aunque no quería mirar TV. La señal de ajuste se funde y se besa. No me importó, tan sólo supe que esa no era mi noche y que el universo se complotaba para hacerme sentir vieja. Una amiga me cebaba y decía: ¿son necesarias esas demostraciones de afecto?, bueno, tu posición es mejor, porque es mejor ser la amante que la cornudita de turno. Pero hacía ya un tiempo que no era la amante. Y el gorro cuadrillé me ordenaba que no volviera a serlo. La amiga que me cebaba averiguó que la pendeja rainbow brite era la noviecita de toda la vida, a la que tildaban de reverenda hija de puta y por ende, cornuda. Mientras mi amiga ponía ímpetu en su labor de detective, yo comencé a bostezar. Y a pesar de todo, lo entiendo, entiendo al "porno star de Villa del Parque". No disfrutar de un noviazgo justifica la opción de poner cuernos y de ese modo usar más la pija que la cabeza, porque la cabeza, en su máximo uso, ya está cubierta con un gorro de piluso, a cuadrillé.
Si un pibe lindo se iba, otro pibe lindo estaba por llegar, pensé. Por suerte, no me había equivocado. Dia siguiente, otro cumpleaños. Gente linda y amable, en una reunión un poco más interesante que la del sábado. World music, debate de cine arte, admiradores de Ragazzoni y de sus bellas hormigas impolutas. Y de pronto, por la puerta aparece. Tenía razon. Pibe lindo se va, pibe lindo viene. Lo llamaremos "el dramaturgo de San Miguel". "El dramaturgo de San Miguel" se sentó en un puff. Sin hacer ningún tipo de alardes por ello, me di cuenta por mi amiga la cumpleañera que el bombón bohemio dirigía un centro cultural. Juntos, fuimos hacia la ventana porque en teoria no se podía fumar en el monoambiente, pero mi amiga (la cumpleañera) hizo una excepción porque años atrás ella solía fumar tres atados por día. Escribo media hora cada día, hay que tener disciplina, dijo. Coincido plenamente, contesté, la clave es la constancia. Si las musas aparecen, mejor que te encuentren trabajando, dijo. Yo sonreí. Un comentario intelectual y una mirada. Otro y otra. Yo, en el futón que oficiaba de cama haciendo poses de niña inocente, poco femeninas, como la Bettina de Göethe en un libro de Kundera. Por vivir en San Miguel, el dramaturgo estaba motorizado. Yo tenía 10 pesos en la cartera. "El dramaturgo de San Miguel" dijo: te llevo. Le dije que sí. El diálogo en el auto fue un poco menos fluido. De todas maneras sacábamos tema. Llegamos a mi casa. El viaje era corto. Atino a bajarme y le dije "un placer conocerte". Le doy un beso en la mejilla y me encuentro con su boca. Qué bien, un hombre de acción, pensé. También se lo dije. Más besos. Igual no quería hacerlo subir, estaba cansada. Después de más besos dijo: no se si vale la pena aclararlo, pero estoy noviando. Antes no me hubiera enojado pero al menos me hubiera importado. Ahora, lejos del enojo, ni siquiera me importa. Le dije: es bueno saberlo. Le tome el teléfono, pidió el mío y después de más besos bajé del auto. Te estás escapando, dijo. Ya soy grande para el "no corras más, tu tiempo es hoy", pensé. En casa, de nuevo, comencé a bostezar, pero de todas maneras entiendo al "dramaturgo de San Miguel". Una mujer nueva es una musa. En cambio, los deseos post coito para con una mujer vieja es que se convierta en una de muzzarela.
Por último está el hombre ausente, el Olimpia Zuleta que yo, cuan personaje de García Márquez, me encargué de capturar. Lo llamaremos de ahora en más "el dulce y melancólico de Balvanera". Era evidente que yo le gustaba al "dulce y melancólico de Balvanera". Me di cuenta porque en cada fiesta se iba cuan cenicienta a las tres de la mañana, luego de darme un gran beso en la mejilla, como si no se permitiese caer en la tentación. Dejé mi huella, dejé mis pistas, las del cuerpo y las de la palabra y finalmente, luego de la obviedad más obvia, me invitó a salir. Los nervios le exudaban por los poros. Con los mismos nervios dijo: vamos a comer una pizza. Las pizzerías de la calle Corrientes tienen la característica de ser ofensivamente ruidosas y apenas se podía hablar. Los nervios aún le exhudaban por los poros y comenzó a sentirse aturdido. Habría que ir a otro lado, dijo. Si, contesté. Pero, ¿donde? La decisión tardaría en llegar, entonces le dije que en mi casa había una cerveza, que si quería podíamos ir para allá. Aún los nervios y ni siquiera teníamos porro. Entonces se me ocurrió una idea brillante: puse un compact trash, ultra deprimente, climático y maravilloso. Berlín, de Lou Reed. Caída libre, gracias Lou. Después me besó con Spinetta y la tunda llegó con Nirvana, cuando me puse más guarrita. "El dulce y melancólico de Balvanera" es lindo, sólo que él no lo sabe. "El dulce y melancólico de Balvanera" puede tener a cualquier mujer a sus pies, sólo que él ni siquiera lo imagina. "El dulce y melancólico de Balvanera" es inteligente, sólo que él no puede garantizar que la inteligencia llegue a dar buenos resultados. Se fue. No volvió a llamar. Lo llamé yo y estaba feliz de oirme, pero él no llama. No por histérico, sino porque no puede creer en otras opciones. La noche extraña en que yo provoque todo sumado a la ausencia de llamados de él me hacen sentir un macho. O peor aún, me hacen sentir un macho violador. Entonces me puse a bostezar, porque a esta altura del partido una no espera un llamado con ansias, ni con bronca, ni con llanto, sino que con bostezos. De todas formas, entiendo al "dulce y melancólico de Balvanera", porque por no saber ni que es lindo, ni inteligente, ni que puede tener a cualquier mina a sus pies no puede ver otra cosa que un panorama oscuro. Lo se porque yo también estuve ahí.
Y una, en estos tiempos. Ni siquiera puedo decir que estoy perdida, ni confundida, ni nada.Una amiga dijo: necesitamos un brujo, a nosotras nos pasa de todo. Le dije que no era necesario, que no eramos nosotras sino las características de nuestra época. Le dije también que no nos quedaba más opción que sorpendernos con una buena película, un plato de comida étnica o una super liquidación de Zara. Tengo miedo de parecerme cada vez más a Moria Casán, con los sex toys que la ayudan a no asistir a las reuniones de "tapper sex". Pero así estamos, lo entendemos todo y mucho más. Sólo que el entendimiento no tiene más consecuencias que la de hacernos bostezar.