viernes, 15 de enero de 2010

El "Paredón" Ramírez, un artista de la recepción (segunda parte)



Al otro día, sin embargo, “Pare” no sólo vino con la venda en la cabeza, sino que también traía un golpe en la espalda. Era un moretón inmenso a través del cual comprendí la diferencia entre nacer en una familia con padres más o menos normales y en otra con padres hijos de puta. Ese día, también, vi un cambio en la forma de mirar de “Pare” que le duraría para siempre, incluso cuando se moría en mis brazos y me decía, muy serio, nunca te conté, pero con tu hermana planeábamos casarnos; la hubiera cuidado, de verdad. Cierta inocencia, cierto aura que se asocia con esa época que jamás se llega a recordar tal cual fue, en el “Pare” había desaparecido como desaparece, en esa muy mala película de Robin Williams, la infancia de Peter Pan. No era tristeza, tampoco ira y ni siquiera se acercaba a esas estúpidas figuras retóricas que se crean cuando se habla de infancia robada. “Pare” jamás perdió la infancia, así como tampoco nunca la abandonó. Simplemente, ese día supe que “Pare” había entendido que la cosa en el mundo era bastante diferente a como todos la veíamos, y que no se podía hacer mucho para cambiarla; ya a los siete años, “Pare” supo que había que aguantar nomás. Y él aguantó. Durante todo ese año muy pocas veces se metió a la pileta, jugó muy poco a la pelota, y era muy difícil verlo en cuero. Apenas pronunciaba palabra, y aquellos que se atrevían a hablarle recibían, como respuesta, una trompada en la cara o una patada en las bolas, lo primero que al “Pare” se le ocurriera. Desde ya, conmigo y mi familia la cosa era distinta. En mi casa, mi vieja me aleccionaba para que no lo dejara solo, para que lo invitase a jugar, incluso para que viniera a dormir a casa. De hecho, durante ese verano “Pare” llegó a dormir en un colchón junto a mi cama entre tres y cuatro veces por semana. Pero cuando el verano terminó, no pudimos hacer demasiado. Vivíamos en barrios bastante alejados uno del otro y también íbamos a colegios distintos. De todos modos, cada tanto mi vieja se aparecía a la salida del colegio con el “Pare” de la mano. Por lo general eso sucedía los viernes, y así los fines de semana tratábamos de recrear la temporada de colonia. En mi recuerdo, esos encuentros se revelan en interminables veces, tantas que a veces creo que nunca estuve tres años sin ver al “Pare” y que en algún momento, por no decir en varios, me llegué a olvidar de él por completo.

Fue entonces que se sucedieron los veranos, los encuentros con los salieris de Ale, y la ausencia de “Pare”. Mi vieja me había contado que el padre había tenido algún problema con la policía, que ahora estaba preso, y que por eso la madre había decidido que lo mejor era irse a no sé qué provincia, donde tenía familia que le podía ofrecer ayuda, quizá algún trabajo y, en especial, cuidado al "Pare". Ya ni sé si me enojé cuando me lo contó, si me puse a llorar o si le pregunté si alguna vez el “Pare” volvería. Sólo recuerdo de esa época que el primer verano en el que “Pare” no estuvo, escribí en las hojas libres que me habían quedado de un cuaderno de segundo grado todo lo me parecía importante de lo que vivíamos en la colonia y que “Pare” debía saber. Mi intención era dárselo, no sé muy bien con qué fin, tal vez para que al menos pudiera leer y estar al tanto de lo que se había perdido. Como nunca fui muy constante con nada en mi vida, en ese cuaderno sólo llegué a escribir unas pocas páginas que abarcaron pocos días de diciembre y alguno que otro de enero; ya para el mes siguiente fueron contados los días en los que me acordaba del “Pare”. Pero mi hermana, en cambio, lo recordó mucho más que yo: durante varios meses le hizo dibujos (el “Pare” con una pelota, el “Pare” con galletitas, el “Pare” durmiendo, un “Pare” gigante de la mano de una chica que le llegaba a la cintura, el “Pare” como uno más de la familia jugando con todos en la casa de Las Toninas), le preguntó a mi vieja por él y cada tanto la encontramos llorando en algún rincón de la casa porque lo extrañaba. Pero un día también dejó de haber dibujos, preguntas y llantos. El “Pare” lo supo mucho antes que todos: había que seguir y aguantar, seguir y aguantar.

En el verano del ’93, cuando mi hermana dejaba el jardín y empezaba la colonia, el “Pare” regresó. Me había sacado casi una cabeza de altura, tenía el pelo largo atado con colita y ningún golpe sobre el cuerpo. Mi viejo nos fue a buscar, ahora se hizo evangelista y nos pidió perdón, fue lo primero que me dijo. Está bien, dije sin saber qué más decir. Sí, yo qué sé; ¿esa es tu hermana?, dijo y ni esperó mi respuesta para ir a abrazarla. Se los notaba contentos. Y los días pasaron y una nueva temporada de colonia finalizaba. El resto del año nos juntábamos seguido con el “Pare”, aunque ya muy rara vez los fines de semana por no sé qué cosa de la nueva religión en la que los había metido el padre. También fueron pasando los años, las temporadas de colonia y de a poco se iban modificando los temas de las charlas con el “Pare”. Para los once, muy rara vez hablábamos de muñecos o juguetes, quizá sí de algún dibujo animado, y, sobre todo el “Pare”, de los primeros besos y las primeras pajas. Mucho más que por una necesidad, lo cierto fue que me empecé a hacer la paja porque el “Pare” se la hacía. Desde ya, eso no implicó que pudiera conseguir las chicas que el “Pare” decía que tenía, una especie de harem de picos y transas que se peleaban entre ellas para ver quién era la novia de la semana. Esas charlas siempre terminaban igual: de todo esto, ni una palabra a tu hermana, tamo, decía el “Pare” mostrándome la mano cerrada. Nunca le conté nada a mi hermana, aunque lo cierto era que mi hermana sabía que todas las chicas de la colonia gustaban de “Pare” y que “Pare de todas las chicas. No sé si eso le generaba algo, creo que no, no era muy grande, pero lo que siempre me llamó la atención fue la fascinación inquebrantable que tenía frente al “Paredón” Ramírez, algo así como locura y amor y la certeza de un futuro lejano pero reconfortante.

Continuará...

1 comentario:

Anónimo dijo...

altísima segunda entrega.
abrazos