miércoles, 21 de enero de 2009

Carpocapsa

Un día, a eso de los 5 años, cuando uno de los mellis tiró un secador de pelo encendido dentro de una pecera con un par de peces, comprendí el concepto de electricidad. Era algo que funcionaba en los lugares preestablecidos, pero fuera de ellos implicaba una puteada de tu tío y, en mi caso, una cagada a pedos de mi viejo (apaciguada por la sonrisa cómplice de mi vieja que detestaba a la cuñada, la dueña de los peces-devenidos-pescados-quemados sobre el agua). Pero para los mellis implicaba mucho más que eso: además de la puteada de mis tíos, el cinto del viejo. Teníamos la misma edad los mellis y yo, y cuando iba a lo de mi abuela, las cagadas las hacíamos juntos, pero siempre nos terminaban diferenciando los castigos. Lo que para mí era un reto o una explicación de dos horas sobre por qué no debí haber hecho lo que hice, para ellos todo se resolvía en la voracidad de un sueño: después del cinto se iban a dormir y al otro día amanecían, aparentemente, como si nada. Como si nada, dudo mucho que un pendejo termine el día como si nada, pero eso ya es parte de otra historia, esa que se aprende porque a vos nunca te dieron con el cinto (ni siquiera con la mano) y porque leíste algunas fotocopias en la facultad. Pero precisamente por esas fotocopias, ahora imagino que ellos se iban a torrar como si nada hubiera sucedido y como si las cosas sólo fuesen posibles de ese modo. Con los años, el colegio, la música y los diferentes amigos se fueron encargando de acrecentar las diferencias y de espaciar los quilombos en los que nos metíamos. Pero cada tanto volvíamos a vernos, y esas diferencias que se exponían de entrada incluso en la vestimenta y en la forma de hablar, con los minutos lograban atemperarse hasta que al fin terminábamos charlando del mismo tema -mujeres, primeras pajas, primeros cigarrillos- y craneando una nueva cagada. Así fue como un sábado a la tarde, mientras todos dormían, incluso los perros -que lo hacían echados sobre las banquinas que dividían las veredas de las calles de tierra-, pusimos tres bombas de estruendo sobre la puerta de La Gallega, una vieja que vivía al lado de lo de mi abuela y que jamás nos devolvió las pelotas de fútbol que por años cayeron en su casa. Ya éramos huevones importantes, diría que andábamos por los 14 años, pero de todos modos habíamos decidido que era lo mejor que teníamos para hacer. Lo más justo. Es decir, hacerle mierda el portón a aquella vieja era un deber. No fuimos para nada improvisados. Yo fui en busca de cinta adhesiva y un encendedor a lo de mi abuela, pegamos las bombas, encendí las mechas y salimos corriendo a escondernos al campito del INTA, que estaba justo enfrente del lugar. Apenas nos metimos entre los pastizales, escuché el ruido más fuerte del que aún hoy tengo memoria, un ruido que no sólo había hecho mierda un portón sino que además había quebrado una etapa en la vida de tres personas. Pero no dejamos de correr, y así seguimos hasta que llegamos a una calle que se extendía entre cipreses y desembocaba en los laboratorios en los que en la actualidad mi vieja desarrolla un virus que mata los gusanos que se morfan las manzanas. Esos gusanos se llaman carpocapsa y son algo así como Bin Laden para Bush, un típico placebo que da trabajo pero que todos sabemos que es imposible eliminar por completo. Y allí estábamos nosotros, camino al laboratorio de mi vieja, sin pensar en el portón ni en La Gallega; ni siquiera en qué nos harían cuando nos descubrieran. Al fin, cuando llegamos a la parte de atrás de los laboratorios, nos apoyamos sobre la pared y, en silencio, nos pusimos a mirar los árboles y también un poco más allá. Después de unos minutos, decidimos ir hacia el cañaveral, que estaba a unas cuadras de esos laboratorios. El cañaveral desembocaba en una torre que de chico me parecía algo espectacular, pero que en ese momento, después de haberle hecho bolsa el portón a La Gallega, se me presentaba como un conjunto de ladrillos estúpidos. A ninguno de los tres parecían salirle demasiadas palabras. Las risas apenas se adivinaban en muecas, y cualquier intento de diálogo concluía en espaciados monosílabos que marcaban la cadencia del autoengaño. Ya no nos quedaba mucho más por hacer juntos, y los tres éramos concientes de eso. Cuando estábamos a unas cuadras de lo de mi abuela, pensamos que una vez más nos esperaba el típico castigo. Caminamos esas cuadras sin decirnos nada, y cuando al fin nos enfrentamos con mis viejos, el viejo de los mellis, mi abuela, mis tíos y La Gallega, yo pregunté qué pasaba. Mi viejo me preguntó dónde nos habíamos metido. Le dije que habíamos ido al INTA y mi vieja, a esta altura ya más cómplice que otra cosa, nos preguntó si nosotros teníamos algo que ver con el portón de La Gallega. Así dijo, el portón de La Gallega, y todos nos empezamos a reír, porque a La Gallega nunca la llamaban así delante de ella, sino por su nombre, que nunca nadie recordaba y por eso nunca nadie le dirigía mucho la palabra. Salvo mi abuela, que le decía "cómo le va", "qué tal anda la familia" y cosas así de buena vecina que era, y si bien La Gallega le decía "todo bien, Rosita", "gracias, Rosita", "saludos, Rosita", mi abuela nunca agregaba el nombre verdadero de La Gallega a sus preguntas. Y mi vieja la llamó así, La Gallega, y todos nos reímos, menos La Gallega, que empezó a gritarle a todo el mundo hasta que al fin se fue a su casa prometiendo llamar a la policía. Después mis viejos entraron a lo de mi abuela, yo me despedí de los mellis, que se fueron a su casa, y ese año no volví a verlos más. Los años siguientes los vi contadas veces y en esos encuentros simplemente nos preguntábamos sobre nosotros de puro compromiso. Y así fue más o menos la relación entre los tres durante bastante tiempo, hasta que hoy, a eso de las 7 de la tarde, me llamó uno de los mellis simplemente para ver qué andaba haciendo con mi vida.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy lindo relato.

Anónimo dijo...

los melliz a pichin
luego a demoler casa de la gallega y los padres
aunque viniendo de una rata como jirafas, tal vez ese petardo solo sono en su mente
cariños
a

Anónimo dijo...

me dieron ganas de stephen king

cariños
a

Jirafas dijo...

gracias, celi, y a ver cuándo empieza aparecer algo tuyo... en febrero tenés todo es tuyo... ya viste lo nuevo de mati... genial, como todo lo que hace.

Cariños a, yo los llevo pero la cuenta va por ud... esos muchachos son de muy buen beber. yo le salgo barato, me hice accionista mayoritario de stellitas y wasteiner durante el verano y el domingo pagué las consecuencias. ahora, hasta unos días más no puedo probar ni siquiera la malta en polvo.

saludos a todos

Siesta escandalosa dijo...

Me lo fumé de un tirón, del secador hasta el llamado.
Se impone reencuentro. Road movie o algo así.

Siesta escandalosa dijo...

Peces elecrocutados son lo más.
Presiento que el cinto debe haber hecho de las suyas en las cabezas de los melli. Reencuentro ya!

Jirafas dijo...

en cuanto se concrete, le cuento siesta.
sin duda, los peces electrocutados son lo más.
cuando algún amigo me deje su hijo a mi cargo, será lo primero que hagamos juntos.
besos

Siesta escandalosa dijo...

Voy a ver si le consigo algún crío por ahí.