viernes, 13 de marzo de 2009

Era de inscripciones

Caminas unas callecitas adoquinadas,
a veces tranquilas, a veces ruidosas,
pero siempre con el cóctel de estudiantes
univesitarios con ropa vieja forzada
y familia tipo, en auto o caminando con los hijos.
Son 4 cuadras, desde rivadavia, siempre iguales
aunque ahora tenés un toque más de suerte:
el subte empezó a llegar a la nueva estación Puán.
Es rara esa estación, muy ¿moderna? te preguntás
pero enseguida te decís que no, que más bien es
grasa. O muy pretensiosa. Como sea, mejor eso
antes que nada. Y llegás a Puán y comenzás con la odisea
que implica ir desde planta baja hasta el primer piso.
Volantes de esto, volantes de lo otro
(muchachos muy poco pro, muy poco greenpeace
que plasman la política en un papelito que antes
fue un árbol, y que siempre terminan en el suelo
o como pañuelo o como servilletas de panes rellenos)
y lot of people que está por everywhere.
Pero al fin se llega a las escaleras, después al
primer piso, donde hay un mundo de gente
haciendo cola, y ahí se te ocurre pensar por qué
mierda filo es la única facultad de toda la UBA que
no tiene inscripciones por Internet. No se me ocurren
motivos, quizá sea por un romanticismo pelotudo
(me imagino a varios pensando qué lindo es encontrarnos
todos durante esa semana de inscrpción,
o alguna boludez por el estilo)
tal vez por falta de presupuesto,
quién sabe. Lo que se sabe es que tenés que
ir al fondo de la cola, que a veces sube por las escaleras
y llega hasta el tercer piso, pero que esta vez
daba una vueltita rara, y así se reproducía hacia un costado
y llegaba, casi, a recorrer todo el primer piso
(empezaba en la ventanilla, iba hasta el fondo del pasillo,
doblaba, y volvía a recorrer el pasillo, llegaba hasta
la escalera principal, hacía otra curvita, y seguía
más y más para atrás, pasando el kiosco y todo)
Desde el final, con el Ipod en los oídos, fui completando
el papelito.
Al terminar, seguí en la cola, que por suerte avanzaba
rápido. No "uh, qué rapido", pero sí rápido, digamos que
a un promedio de un metro por minuto.
Empecé a leer un libro de cuentos de Dumas, el mismo de
El conde de Montecristo, que había comprado en la Feria del libro cubana.
Era un cuento, en teoría, de terror, un toque fantástico, pero bastante pelotudo,
tanto que al terminarlo dejé de leer el libro y sólo
me concentré en la música que sonaba en mis oídos.
Y así esperé más o menos durante una hora, hasta que al fin llegó
mi turno.
Y me anoté y me fui a casa, caminando bajo la lluvia, aunque

un toque protegido por el paraguas,
un toque a salvo, pero no sé de qué.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y si, señor, así es la inscripción, aglomeración que avanza rápido, yo estuve media hora. La cola llegaba hasta las aulas del fondo. Leí a Kundera, "El libro de los amores ridículo3s. Un cuento de un medico viejo que oscilaba entre el garche y el sarcásmo. Mientras me anotaba, temía convertirme en ese personaje en un par de años, pero bueh, si es lo que hay...
Aún así, eso de volver un poco a salvo apela al romanticismo, jajaj.
Y en cuanto a la cola, qué le puedo decir? Lo único que se me ocurre es pensar en un cartel que hay en una rotisería cerca de mi casa atendido por un viejo mala onda. El cartel dice "El que sabe comer, sabe esperar".
Te mando un beso y bienvenido a la odisea!

Siesta escandalosa dijo...

Ahora que lo pienso, no conozco Puán. Nunca pasé ni por la esquina de ese lugar. Podría ser una mezcla de Disneyworls y el Casino de Montecarlo, y yo de lo más ignorante.
Igual, se me hace más bien una fusión del Mariano Moreno y la Municipalidad de 3 de febrero.