martes, 1 de julio de 2008

El otro lado

(...) El otro lado implicó un descampado de miles de kilómetros. Tal vez no fueran miles, incluso tal vez ni siquiera fuesen cientos de kilómetros, pero lo cierto fue que ese descampado se imponía a nuestra vista de un modo avasallante. Más allá del descampado, el mundo simulaba desaparecer. Miré a Virigilio y lo vi sonreír. Después vi que miró a Pascula, volvió a mirarme y finalmente se miraron con Blaqui. Sonrienron los dos. Yo miré a Pascula, sin sonreír, en busca de una complicidad que me defendiera del miedo que generaban las otras disposiciones de los gestos. Dejamos las sensaciones de lado y retomamos la marcha. El viento y el frío de la mañana nos complicaban el paso y, en especial, provocaban que nos resultase más pesado cargar con el cadáver. El espacio, en un relato, suele perder sus verdaderas dimensiones; sin embargo, aquella vez, antes de interrumpir la marcha, caminamos un poco más de cien metros. Virgilio y Blaqui se detuvieron primero, nosotros los imitamos –lo hicimos esa vez y lo haríamos todas las otras veces que caminásemos detrás de ellos. En esa porción de mundo, éramos mucho más que sombras, éramos la imitación de la realidad de otros cuerpos–. Virgilio le dijo algo a Blaqui en un idioma que se nos reveló incomprensible, ninguno de los que conocía o podía descifrar. No hablaron en inglés, ni en francés, tampoco en alemán o portugués. No me pareció que fuese algún idioma de Europa oriental, así como tampoco parecía chino o japonés. Algunas palabras sonaban a latín, pero no todas, y otras tantas simulaban un griego antiguo, pero tampoco estaba seguro de eso. Después vino hacia nosotros y nos exigió mucho más que cuidado. Precaución, dijo, nunca dejen de caminar detrás de nosotros; era necesario, nada nos pasaría si cumplíamos esa consigna. Cualquier distracción, dijo, nos causaría una muerte rápida. No era ninguna novedad, le dije, ni seguirlo ni obedecer sus órdenes ni temer por una muerte que, a esa altura del camino, ya ni siquiera nos importaba. Mejor así, dijo, y luego nos pidió que lo siguiéramos y que por nada del mundo soltásemos a Sánchez –el muerto–, porque ese cuerpo, que llevaba como destino un banquete, era nuestro boleto de entrada a Disney World. Así dijo, Disney World, y luego, entre risas, con la palma abierta de su mano volvió a darme un par de golpes en la cara (...)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Has vuelto a escribir, vamos todavía!!

fed dijo...

me gusta soldados del azar,

me gusta que sigan las historias,

abrazo!

fico.

Siesta escandalosa dijo...

Me quedé leyendo las cuatro entradas. Me encantaron.
Y eso que hace frío.

EmmaPeel dijo...

Yo tambien quiero ir a Disney