Los ruidos se agotaron de pronto, como si el mismísimo aire hubiera presionado el botón de stop de la radio que los reproducía. Vieron, era esa droga puta, dijo el Huevo, pero incluso él supo que eso que había dicho era una tremenda estupidez, quizá la más grande de su vida, aunque hoy me parece que no, que sólo fue una estupidez más de las tantas que ya había cometido. Pobre Huevo, la primera lanza entró de lleno en su ojo, y él abrió la boca, pero no pudo sacar ningún sonido, todo se consumió en ese gesto. De tal manera lo sorprendió el impacto que ni las cuerdas vocales contaron con el suficiente tiempo para dejar escapar el último quejido. Una muerte violenta, que se presentó sin disimulo y que lo dejó boca arriba con la lanza metida en el ojo, y mis ojos, fijos en el ojo del Huevo, ahora un agujero; esa era la entrada de la muerte, comprende lo que le digo, señor Felipao, ese agujero, y por allí entraría Toni, y luego seguiría yo.
Pero sólo Toni acompaño al Huevo en la muerte. La lanza entró de lleno por el medio de su pecho, y allí quedó, sentado en el suelo, apoyado contra el tronco de un árbol y con la cabeza gacha. Seguro de ser el próximo, me acerqué hacia él, levanté su rostro y comprendí, con mucho dolor, que ni siquiera la muerte le había dado alivio. Es que usted bien sabe, señor Felipao, la vida acá es muy dura, pero mal o bien uno se acostumbra a eso. Toleramos la miradas de los europeos que vienen a reivindicarse por estos lados, de los latinos con pasta que se creen europeos, y de los yanquis putos que viene a regocijarse de su dinero consumiendo toda clase de drogas y de putas. Uno se acostumbra a todo eso, acepta lo que es, quizá para no pensar demasiado en eso y, al fin de cuentas, terminar por ser absolutamente nada, eso, ser nada, calculo que así se vive un poco mejor, o más tranquilo, pero yo que sé, yo sólo soy un sobreviviente de esa tarde de horror, el más bestial, el más absoluto, un horror que no se compara con ningún otro, digo, el horror completamente imprevisto.
Me senté junto al cuerpo de Toni a esperar lo inevitable. Quizá piense que le esté haciendo un poco largo este cuento, pero sólo para que me crea, sólo para eso, comprende lo que le digo señor Felipao. En verdad desde la muerte del Huevo a la de Toni no transcurrieron más que segundos. Zac, una lanza en un ojo, zac, otra en el pecho, y yo, sentado, me jugaba todo a que a mí me tocaría en medio de los huevos. Pero no. Entre los árboles y arbustos vi salir un ángel. Sí, lo que le digo, un ángel, bueno, o al menos eso fue lo que al principio creí, porque uno jamás puede pensar que semejante belleza puede ser la causa de tanta muerte inútil. Se acercaba a mí, toda desnuda, una figura esbelta, de cabello castaño, y ojos claros, no sé si celestes o verdes, tal vez eran grises, no lo sé. Caminaba lento, y yo me dije bueno, después de todo no es malo morir en manos de un ángel, quizá me viole, luego me maté y al fin, después de todo eso, descubra la felicidad. Pero no sucedió nada de eso, ni violado ni muerto; de pronto la muy puta abandonó toda la calma angelical y se dirigió rápido hacia mí, como si tuviera la necesidad de cagar tanto fuego para no soportar en mi cara tanto miedo y un llanto próximo a estallar. Pero cuando ya me imaginaba mis pelotas fulminadas y mi cuerpo descuartizado colgando de algún árbol de esa puta selva, la mujer se detuvo, me miró directo a los ojos, y mencionó un nombre muy raro, qué, pregunté, y ella volvió a repetirlo, hasta que al fin pude comprender que preguntaba por un tal Ulises. No sé nada, dije, nada, en serio, yo sólo llevo esto, y le mostré la coca, pero la muy puta no hacía más que repetir ese nombre, y entre tanto grito y repetición, el miedo se me debe haber ido a la mierda, porque ahí me paré y me dije a esta puta le voy a demostrar lo que es un hombre. La tomé del brazo, la acerqué hacia mí, y cuando ya estaba por tirármela, sentí un ardor enorme en medio del culo, que después se convirtió en el dolor más espantoso que un hombre debe haber sentido en toda la puta tierra. Grité y grité, me llevé las manos al culo y toqué la lanza que ya empezaba a bañarse en sangre. Miré a la mujer una vez más, ella se acercó muy despacio, de nuevo parecía ser un ángel, creo que lo fue todo el tiempo, creo que sólo quería alertarme de algo, pero no sé bien de qué, no creo que de la lanza en el culo; eso, con ella o sin ella, era todo un hecho. Se acercó y suave, muy suave, me dijo al oído, Ulises, y después caí desmayado. Cuando desperté la droga ya no estaba, tampoco los cuerpos de Toni y del Huevo, ni siquiera estaba la selva, sólo yo en ese puto hospital. Esta es toda la verdad. No sé por qué no morí, por qué no me quedé por siempre ahí, yo prefería eso, la muerte, comprende lo que le digo, señor Felipao."